Continuación del mensaje de A. T. Jones donde explica como la abominación asoladora usurpa ahora el santuario celestial y logró una imposición a nivel mundial de este falso ministerio y falso santuario de Cristo. Veamos la explicación y el resumen textual:

En el capítulo 8 de Daniel se vuelve al mismo tema. El profeta ve primeramente en visión un carnero con dos cuernos prominentes, siendo uno mayor que el otro en correspondencia con la bestia semejante a un oso, que se inclinaba hacia un lado. El ángel declara sencillamente que significaban «los reyes de Media y de Persia». A continuación vio el profeta un «macho de cabrío» que venía del oeste sobre la haz de toda la tierra, sin tocar el suelo, y con un cuerno notable entre sus ojos. Este último abatió al carnero, quebró sus dos cuernos, lo echó por tierra y lo pisoteó, y no hubo quien pudiese librar al carnero de su mano. El ángel declaró que «el macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el primer rey». El macho cabrío se engrandeció mucho, y estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar subieron otros cuatro maravillosos hacia los cuatro vientos del cielo. El ángel explica que eso «significa que cuatro reinos sucederán de la nación, mas no en la fortaleza de él [Alejandro]».

A partir de una de esas cuatro divisiones del imperio de Alejandro Magno, el profeta vio cómo «del uno de ellos salió un cuerno pequeño, el cual creció mucho al mediodía, y al oriente, y hacia la tierra deseable». Las citadas referencias geográficas indican que ese poder surgió y creció mucho, a partir del este. Según explica el ángel, eso significa que «al cabo del imperio de éstos [las cuatro divisiones de Grecia], cuando se cumplirán los prevaricadores, levantaráse un rey altivo de rostro, y entendido en dudas». «Y engrandecióse hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las holló». «Y su poder se fortalecerá, mas no con fuerza suya; y destruirá maravillosamente, y prosperará; y hará arbitrariamente, y destruirá fuertes y al pueblo de los santos. Y con su sagacidad hará prosperar el engaño en su mano y en su corazón se engrandecerá, y con paz destruirá a muchos: y contra el príncipe de los príncipes [‘aun contra el príncipe de la fortaleza se engrandeció’, vers. 11] se levantará; mas sin mano será quebrantado».

Esas especificaciones muestran que el cuerno pequeño del capítulo octavo de Daniel representa a Roma desde que ésta surgió, tras la destrucción del imperio griego, hasta el fin del mundo, cuando «sin mano será quebrantado» por aquella piedra que fue cortada «no con mano«, la que desmenuza todos los reinos terrenales (Dan. 2:34, 35, 44 y 45).

Hemos visto que en el capítulo 7 de Daniel, el cuerno pequeño, si bien representando como tal solamente la postrera fase de Roma, incluye en realidad a Roma en ambas fases, desde el principio al fin, puesto que al llegar el momento de la destrucción del «cuerno pequeño» resulta ser «la bestia» quien es destruida, «y su cuerpo fue deshecho, y entregado para ser quemado en el fuego». Así, el tema con el que acaba la historia del cuerno pequeño, en Daniel 7, encuentra su continuación en Daniel 8 en referencia al mismo poder. En Daniel 8 la expresión «cuerno pequeño» abarca la totalidad de Roma en sus dos fases, justamente como indica la descripción final del «cuerno pequeño» en Daniel 7. Así lo demuestran las expresiones «la abominación desoladora» y «la prevaricación» aplicadas a Roma en sus dos fases (Dan. 9:26 y 27; Mat. 24:15; Dan. 11:31; 12:11; 8:11 y 13); y tal como confirma la enseñanza e historia de la propia Roma postrera. Forma una unidad, de tal manera que todo cuanto se declara de la primera Roma, es cierto de la postrera, sólo que intensificado.

Consideremos ahora con más detenimiento las expresiones bíblicas de Daniel 8, en relación con el poder del cuerno pequeño. En los versículos 11 y 25 se dice de ese poder: «en su corazón se engrandecerá», «aun contra el príncipe de la fortaleza se engrandeció», «y contra el príncipe de los príncipes se levantará». Eso se explica en 2ª Tesalonicenses capítulo 2, donde Pablo, corrigiendo falsas ideas que esos creyentes se habían hecho a propósito de la inmediata venida del Señor, les dice: «Nadie os engañe en ninguna manera, porque ese día no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, que se opondrá y exaltará contra todo lo que se llama Dios, o que se adora; hasta sentarse en el templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros, os decía esto? » (2 Tes. 2:3-5).

Ese pasaje describe claramente el mismo poder que en Daniel 8 se representa por el cuerno pequeño. Pero hay otras consideraciones que lo muestran más plenamente. Pablo afirma que cuando estuvo en Tesalónica con los hermanos, les había ya dicho esas cosas que ahora escribía. En Hechos 17:1-3 está registrada la estancia de Pablo con los Tesalonicenses en los siguientes términos: «Después de pasar por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga. Y como acostumbraba, Pablo fue a la sinagoga, y por tres sábados razonó con ellos de las Escrituras». Y en ese razonar con ellos de las Escrituras, les explicó lo que debía acontecer en cuanto a la manifestación del hombre de pecado, el misterio de iniquidad, el hijo de perdición, que se opondría y exaltaría contra todo lo que se llama Dios, o que se adora; hasta sentarse en el templo de Dios, como Dios, haciéndose pasar por Dios.

Razonando con el pueblo sobre las Escrituras, ¿en qué parte de dichas Escrituras debió encontrar Pablo la revelación a partir de la cual pudo enseñar todo eso a los tesalonicenses? Sin duda lo encontró en este capítulo octavo de Daniel, y fue a partir de ahí que les habló, estando aun con ellos. Efectivamente, en Daniel 8 encontramos las mismas expresiones que emplea en 2 Tesalonicenses, añadiendo, «¿no os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros, os decía esto?» Eso determina que el tiempo sería después de los días de los apóstoles, cuando Roma se exaltó a sí misma «aun contra el Príncipe del ejército» y «contra el Príncipe de los príncipes», y lo relaciona directamente con la caída o apostasía que experimentó el papado, que es Roma en su posterior y última fase.

Ahora leamos los versículos 11 y 12 de Daniel 8, y veremos claramente que ese debió ser exactamente el lugar en el que Pablo encontró la escritura a partir de la que enseñó a los tesalonicenses acerca del «hombre de pecado» y «el misterio de iniquidad»: [el cuerno pequeño, el hombre de pecado] «Aun contra el Príncipe del ejército se engrandeció, y quitó el continuo; y el lugar de su Santuario fue echado por tierra. A causa de la prevaricación, el ejército y el continuo le fueron entregados. Echó por tierra la verdad, y prosperó en todo lo que hizo».

Eso señala claramente al responsable de la anulación del sacerdocio, el ministerio y el santuario de Dios y de los cristianos.

Leámoslo de nuevo: [el cuerno pequeño, el hombre de pecado]»Aun contra el Príncipe del ejército [‘contra el Príncipe de los príncipes’: Cristo] se engrandeció, y [el hombre de pecado] quitó el continuo [el servicio diario, ministerio y sacerdocio de Cristo]; y el lugar de su Santuario [el santuario del Príncipe del ejército, del Príncipe de príncipes] fue echado por tierra. A causa de la prevaricación, el ejército y el continuo le fueron entregados. Echó por tierra la verdad, y prosperó en todo lo que hizo».

Es «a causa de la prevaricación» o transgresión; es decir, a causa del pecado, que le fue entregado «el ejército» (la hueste) y que echó por tierra la verdad, con el propósito de apartar a la iglesia y al mundo del sacerdocio de Cristo, de su ministerio y santuario, echar éstos por tierra y pisotearlos. Es a causa de prevaricación -o transgresión- por lo que eso ocurrió. Transgresión es pecado, y esa es la consideración o revelación sobre la que el apóstol Pablo, en 2 Tesalonicenses, define ese poder como el «hombre de pecado» y el «misterio de iniquidad».

En Daniel 8:11-13; 11:31 y 12:11, algunos traductores de la Biblia añadieron la palabra «sacrificio», que no figura en el original, tras el término «continuo» o «diario». El «continuo» o «diario» -correspondiente al original hebreo tamid– no se refiere aquí al sacrificio diario o continuo en particular, sino a todo el ministerio o servicio continuo (o diario) del santuario, del que el sacrificio no era más que una parte. La palabra tamid significa «continuo», «constante», «estable», «seguro», «permanente», «por siempre». Tales expresiones dan la idea exacta del término del original, que se suela traducir como «diario» o «continuo». Solamente en los capítulos 28 y 29 de Números, se emplea ese término diecisiete veces en referencia al servicio continuo en el santuario.

Y es ese servicio continuo de Cristo, auténtico Sumo Sacerdote, el que «permanece para siempre«, «hecho perfecto para siempre«, ostentando «un sacerdocio inmutable»; es ese servicio continuo de nuestro gran Sumo Sacerdote el que quitó el hombre de pecado, el papado. Es el santuario y el verdadero tabernáculo en el que el genuino Sumo Sacerdote ejerce su ministerio continuo, el que «la prevaricación asoladora» echó por tierra. Es ese ministerio y santuario el que «el hombre de pecado» eliminó de la iglesia y del mundo, echándolo por tierra y pisoteándolo, y poniéndose a sí mismo -«la abominación desoladora»- en el lugar de ellos. Lo que hizo la primera Roma materialmente al santuario visible o terrestre -«figura del verdadero»- (Dan. 9:26 y 27; Mat. 24:15), es lo que hizo la Roma postrera, espiritualmente, al santuario invisible o celestial, que es el verdadero (Dan. 11:31; 12:11; 8:11 y 13).

La cita que aparece al pie de la página 67 muestra que en la apostasía, los obispos, presbíteros, diáconos y las eucaristías, debían suceder a los sumo sacerdotes, sacerdotes, levitas y sacrificios del sistema levítico. Ahora bien, en las Escrituras queda patente que el designio de Dios es que Cristo, su ministerio y santuario en el cielo -verdadero objeto del sistema levítico-, fuese la exclusiva y auténtica sucesión cristiana a ese sistema levítico. Por lo tanto, cuando en la apostasía, a modo de sucesión del sistema levítico, se instituyó el sistema de los obispos en lugar de los sumo sacerdotes, presbíteros en lugar de sacerdotes, diáconos en lugar de levitas y la santa cena como sacrificio, en realidad al introducir ese sistema como sucesión cristiana del levítico, no se hizo otra cosa que establecer ese falso sistema de la apostasía en lugar del verdadero, anulando éste completamente, lo que significa echarlo por tierra y pisotearlo.

Y es así como esa gran verdad cristiana del auténtico sacerdocio, ministerio y santuario de Cristo, resulta prácticamente desconocida para el mundo cristiano de hoy día. El «hombre de pecado» la ha quitado, echado por tierra y pisoteado. El «misterio de iniquidad» ha ocultado esa gran verdad de la iglesia y el mundo durante todos estos años en los que ha pretendido el lugar de Dios, y su hueste inicua el de la iglesia de Dios.

No obstante, el propio «hombre de pecado», el «misterio de iniquidad» da testimonio de la necesidad de un servicio tal en la iglesia, a causa de los pecados. Si bien «el hombre de pecado», «el misterio de iniquidad» quitó el verdadero sacerdocio, ministerio y santuario de Cristo, los echó por tierra, pisoteó y ocultó completamente de la vista del mundo cristiano, sin embargo, no desechó la idea en su totalidad. No: quitó el verdadero y lo echó por tierra, pero reteniendo la idea, y estableció en su propio seno una estructura totalmente falsa en lugar de la verdadera.

Cristo, verdadero y divino Sumo Sacerdote por designio del propio Dios en el cielo, fue sustituido por un sacerdocio humano, pecaminoso y pecador en la tierra. En lugar del ministerio continuo y celestial de Cristo en su verdadero sacerdocio, basado en su verdadero sacrificio, estableció un ministerio discontinuo y terrenal mediante un sacerdocio pecaminoso y pecador, en el sacrificio «diario» de la misa (ofrecida una vez al día). Y en lugar del santuario y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre, estableció sus propios lugares de reunión, construidos en piedra y madera, y dándoles el nombre de «santuario». Así, en lugar del continuo Sumo Sacerdote, del continuo ministerio y del continuo sacerdocio celestiales que Dios ordenó, y que son los únicos verdaderos, diseñó de su propia invención, para sustituir al anterior, muchos sumo sacerdotes, ministerios, sacrificios y santuarios en la tierra, que en el mejor de los casos no pasan de ser humanos y colmo de la falsificación.

nunca pueden quitar los pecados. Ningún sacerdocio, ministerio, servicio o sacrificio terrenales, en ningún santuario terrenal, pueden jamás quitar el pecado. Hemos visto en Hebreos que ni siquiera el ministerio, sacerdocio, sacrificio y servicio del santuario terrenal -el que el mismo Señor estableció en la tierra- podía quitar el pecado. El registro inspirado nos dice que nunca quitaba el pecado, y que nunca podía hacerlo.

Únicamente el sacerdocio y ministerio de Cristo pueden quitar el pecado. Y constituyen un sacerdocio y ministerio celestiales; pertenecen a un santuario celestial. Porque cuando Cristo estuvo en la tierra, no era sacerdote. Y si hubiese permanecido en ella hasta nuestros días, tampoco lo sería. Según Hebreos 8:4, «si estuviese sobre la tierra, ni aun sería sacerdote». Así, por claro precepto y abundante ilustración, Dios demostró que ningún ministerio, sacerdocio ni sacrificio terrenales pueden quitar el pecado.

Si es que alguno pudiese hacerlo, ¿no sería acaso el que Dios mismo ordenó sobre la tierra? Y si el tal hubiese podido verdaderamente quitar el pecado, ¿qué necesidad había de cambiar el sacerdocio y ministerio, de la tierra al cielo? Por lo tanto, según la clara palabra del Señor, el sacerdocio, ministerio, sacrificio y santuario que el papado estableció, y que opera en la tierra, no puede jamás quitar el pecado. Muy al contrario, lo que hace es perpetuarlo. Es un fraude, una impostura, es la «prevaricación» y la «abominación desoladora» del santuario.

Y esa conclusión y constatación de cuanto constituye en realidad el sistema papal, no es una deducción peregrina y extravagante. La confirman las palabras del Cardenal Baronius, analista oficial del papado. Refiriéndose al siglo X, escribió: «En ese siglo se vio la abominación desoladora en el templo del Señor; y a la vista de San Pedro, reverenciado por los ángeles, fueron puestos los más inicuos de entre los hombres: no pontífices, sino monstruos». Y el concilio de Rheims, en el año 991, definió al papado como «el hombre de pecado, el misterio de iniquidad».

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