El mundo fue creado para ser la habitación del hombre, y le fue dado a él. Pero ese dominio se perdió. Es cierto que el hombre vive hoy en la tierra, pero no está gozando de la herencia que Dios le dio originalmente. Esta consistía en la posesión de una creación perfecta, por parte de seres perfectos. Pero hoy ni siquiera la posee, puesto que «generación va y generación viene, pero la tierra siempre permanece» (Ecl. 1:4). Mientras que la tierra permanece para siempre, «nuestros días sobre la tierra, [son] cual sombra que no dura» (1 Crón. 29:15). Nadie posee realmente nada de este mundo. Los hombres luchan y se esfuerzan por amasar riqueza, y entonces «dejan a otros sus riquezas» (Sal. 49:10). Pero Dios hace todas sus obras según el consejo de su voluntad; ni uno sólo de sus propósitos dejará de cumplirse; y así, tan pronto como el hombre pecó y perdió su herencia, se prometió la restauración mediante Cristo, en estas palabras: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón» (Gén. 3:15). En esas palabras se predijo la destrucción de Satanás y toda su obra. Se predijo la «salvación tan grande» que había sido «anunciada primeramente por el Señor» (Heb. 2:3). De esa forma, «el señorío primero» (Miq. 4:8), «el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo [serán] dados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios lo servirán y obedecerán» (Dan. 7:27). Esa será una posesión real, puesto que será eterna.

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