Ef 5:3: «Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos;»
NO HAY CABIDA PARA LOS AVAROS EN LA IGLESIA
Resulta trágico que la mayoría que profesa ser cristiano, desestime una solemne amonestación de Dios, como si fuera una reliquia obsoleta que no tiene relevancia para nuestros días; como si fueran caducas las advertencias del cielo, que pierden vigencia a lo largo del tiempo. Es claro que nos hace falta tener un conocimiento vivo del Padre y del Hijo.
El pasaje en cuestión es el que fue registrado por el profeta Malaquías, cuándo Jehová dijo:
Mal 3:8: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.»
Mal 3:9: «Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda,, me habéis robado.»
La sentencia divina es por no haber devuelto el diezmo y las ofrendas al alfolí de la casa de Dios, donde de manera severa maldice Dios al hombre que tal haga por haber hurtado lo que pertenece a Dios.
La ofrenda no es un rito vacío de dar por dar. La ofrenda es un acto de gratitud por las infinitas misericordias de Dios para con nosotros, con que nos ha perdonado por medio de Cristo que derramó su sangre por el perdón de nuestros pecados.
1Jn 4:10 NTV: «En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.»
Dios entregó a la muerte a su unigénito Hijo para nuestra salvación. En cambio, el hombre por su egoísmo desmedido, no puede entregar una ofrenda generosa que pueda llegar a ser de gran valía para ayudar al desvalido.
2Co 9:7: «Cada uno debe decidir en su corazón cuánto dar; y no den de mala gana ni bajo presión, «porque Dios ama a la persona que da con alegría».»
Es por esto que la ofrenda que no vaya acompañada de generosidad es considerada un robo hacia Dios. Porque gastamos en deleites lo que debe estar destinado para aliviar al mundo decadente y abandonado por la maldad, la codicia y la avaricia de hombres que no se inmutan por el dolor ajeno. Lo más cruel de todo, es que hombres así se visten de una capa de rectitud dentro de las iglesias, cuyas ganancias no son virtuosas; y que además de no dar, provocan celos en los demás por su mal obrar; creando amarguras y disensiones dentro de la iglesia, haciendo que la presencia de Dios se aleje de ese lugar por la mezquindad de quienes profesan ser discípulos y seguidores de Jesús.
📜 Por doquiera se ve su viscosa huella. Crea descontento y disensión en las familias; despierta en los pobres envidia y odio contra los ricos; e induce a éstos a tratar cruelmente a los pobres. Es un mal que existe no sólo en las esferas seglares del mundo, sino también en la iglesia. ¡Cuán común es encontrar entre sus miembros egoísmo, avaricia, ambición, descuido de la caridad y retención de los «diezmos y las primicias»! Entre los miembros de la iglesia que gozan del respeto y la consideración de los demás hay, desgraciadamente, muchos Acanes. Más de un hombre asiste ostentosamente al culto y se sienta a la mesa del Señor, mientras que entre sus bienes se ocultan ganancias ilícitas, cosas que Dios maldijo. A cambio de un buen manto babilónico, muchos sacrifican la aprobación de la conciencia y su esperanza del cielo. Muchos truecan su integridad y su capacidad para ser útiles, por un saco de monedas de plata. Los clamores de los pobres que sufren son desoídos; se le ponen obstáculos a la luz del Evangelio; existen prácticas que provocan el desprecio de los mundanos y desmienten la profesión cristiana; y sin embargo, el codicioso continúa amontonando tesoros. «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado» (Malaquías 3:8), dice el Señor. PP54 531.1
El pecado de Acán atrajo el desastre sobre toda la nación. Por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios descansará sobre toda su iglesia hasta que la transgresión sea buscada, descubierta y eliminada. La influencia que más ha de temer la iglesia no es la de aquellos que se le oponen abiertamente, ni la de los incrédulos y blasfemadores, sino la de los cristianos profesos e inconsecuentes. Estos son los que impiden que bajen las bendiciones del Dios de Israel y acarrean debilidad entre su pueblo. PP54 531.2
Esta es la razón por la que Pablo amonestó a la iglesia de Éfeso, que un avaro ni siquiera se nombre dentro de la iglesia, porque su presencia corromperá a toda la iglesia privándola de las bendiciones y cuidado de Dios.
Desafortunadamente, las bendiciones de Dios nos serán retenidas por los avaros en general que retienen las ofrendas de liberalidad y abnegación, y no solo por los avaros que acumularon riquezas por actos ilícitos y reprochables; pues ambas clases de avaros impiden que la obra crezca y la luz del evangelio no cubra a los rincones oscuros de este mundo.
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Oh, amado Cristo, limpia nuestros ojos con colirio, que nos permita ver y desterrar el egoísmo de nuestro corazón, para que devolvamos lo que a la Deidad pertenece, y podamos aliviar las cargas de los más débiles; y que las bendiciones de Dios caigan sobre nosotros y podamos ser participes de la lluvia tardía.
Que no haya avaricia ni codicia que se interponga para que en verdad seamos la luz del mundo, y nuestras almas no perezcan en la lago de fuego y azufre, que es la muerte eterna.