Nosotros los cristianos del siglo XXI, ¿hemos de vivir en la sombras o en las realidades del evangelio? ¿Cuáles son las sombras y cuáles las realidades? Vea el siguiente video y su relación con el mensaje de la justificación por la fe dada en 1888:

Los sacrificios y el servicio del santuario terrenal no podían quitar los pecados del hombre, por lo tanto, no podían llevarle a esa perfección. Pero el sacrificio y ministerio del verdadero Sumo Sacerdote del santuario y verdadero tabernáculo, sí lo hacen. Quitan completamente todo pecado. Y el adorador es de tal modo purificado que no tiene más conciencia de pecado. Mediante el sacrificio, la ofrenda y el servicio de sí mismo, Cristo abolió los sacrificios y las ofrendas y servicio que nunca podían quitar los pecados, y por su perfecto cumplimiento de la perfecta voluntad de Dios, estableció esta última. En esa «voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez» (Heb. 10:10)…

Tal es el sacrificio, sacerdocio y ministerio de Cristo en el santuario y verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre. Es la constatación del libro de Hebreos sobre la verdad, mérito y eficacia del sacrificio, sacerdocio, santuario y ministerio de Cristo.

Pero no es solamente en el libro de Hebreos donde encontramos esa gran verdad. Si bien en ningún otro lugar se la enuncia de forma tan directa, ni se expone de una forma tan plena como en el libro de Hebreos, podemos reconocerla a lo largo de todo el Nuevo Testamento tan ciertamente como el santuario y ministerio del sacerdocio levítico está presente en todo el Antiguo Testamento, aunque no esté enunciado de forma tan directa, ni se halle tan plenamente expuesto como en los libros de Éxodo y Levítico.

En el último libro del Nuevo Testamento, ya en su primer capítulo, hace aparición «uno semejante al Hijo del hombre» vestido de ropas sumo sacerdotales. Asimismo, en medio del trono y de los cuatro animales, y en medio de los ancianos, «estaba un Cordero como inmolado». También fue visto un altar de oro, y uno con un incensario de oro al efecto de que las oraciones de los santos ascendieran ante Dios mezcladas con el humo del incienso ofrecido. Allí aparecen las siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono. El templo de Dios fue abierto en el cielo, «y el arca de su testamento fue vista en su templo». Entonces se declara y promete que los que tienen parte en la primera resurrección, aquellos sobre quienes no tiene potestad la segunda muerte, «serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» en ese sacerdocio. Y cuando hayan pasado el primer cielo y la primera tierra y su lugar no se halle más, cuando vengan el nuevo cielo y la nueva tierra, con la santa ciudad descendiendo de Dios desde el cielo, el tabernáculo de Dios con los hombres y él morando con ellos, siendo ellos su pueblo y él su Dios con ellos; cuando haya limpiado toda lágrima de sus ojos y no haya más muerte, llanto, clamor ni dolor porque las primeras cosas hayan pasado, es entonces -y no antes- cuando se dice de la ciudad de Dios: «Y no vi en ella templo».

Es tan cierto que hay un sacerdocio, ministerio sacerdotal, y un santuario en esta dispensación, como lo fue en la antigua: sí, incluso más cierto; ya que, aunque existía un santuario, sacerdocio y ministerio en la antigua dispensación, no eran más que una figura para aquel tiempo presente, una figura del que ahora es el verdadero, y que está en el cielo.

Ese verdadero sacerdocio, ministerio y santuario de Cristo en el cielo, aparecen tan claramente en el Nuevo Testamento, que nadie puede negarlos. Pero sorprendentemente, es algo en lo que rara vez se piensa; resulta casi desconocido, e incluso difícilmente aceptado por el mundo cristiano de nuestros días.

¿Por qué sucede eso y cómo se ha llegado ahí? Existe una causa. La Escritura la señala y los hechos la demuestran.

El Camino Consagrado, A. T. Jones, capitulo 13: https://libros1888.com/camino.htm#cap13

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