Meditando sobre las palabras de Jesús, en cuanto a lo que es la vida eterna por medio del conocimiento del Padre y del Hijo, quien fue enviado para salvarnos (Jn 17:3), encuentro que se ha menospreciado este estatuto del Señor, concibiendo toda clase de interpretaciones erróneas sobre el único Dios verdadero.
La más común, quizás, es la de Dios que es un Padre sumamente amoroso e incapaz de castigar o dar muerte al que permanece en pecado; que esa obra es propia de Satanás y no de Dios.
Otra interpretación igualmente muy aceptada acerca del carácter de Dios, la de ser hondamente iracundo y que a la menor debilidad castiga al pecador, estando dispuesto a verlo sufrir como pago por sus penas y debilidades por toda la eternidad.
Al considerar como acertadas las dos propuestas anteriores, estaríamos cayendo en transgresión al no hacer honor al verdadero carácter de Dios y Padre del universo. Nos encontraríamos muy lejos de contemplar su magnanimidad, benevolencia, misericordia y justicia; distanciados totalmente de poder contemplar su divinidad como ejemplo para ser transformados.
➡️ El alma debería ser como un almacén lleno de valiosas y abundantes provisiones. En el púlpito, en la escuela sabática, en el culto de oración y en la sociedad, deberíamos tener temas nuevos con que impartir luz a otros. Deberíamos seguir el ejemplo de Jesús, el Maestro perfecto. El educó a los hombres, revelándoles el carácter del Dios vivo. Dijo: «Esta, empero, es la vida eterna; que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado.» Este es el tema importante que debe grabarse en la mente de los jóvenes, porque ellos necesitan tener un conocimiento del carácter paternal de Dios, para ser inducidos a subordinar los intereses temporales a los eternos. Al contemplar el carácter de Dios, se creará en el corazón de ellos un intenso deseo de comunicar a otros la hermosura y el poder de la verdad. COES 122.1
Por este motivo existen en el mundo muchos hombres que permanecen en sus pecados, porque les han mostrado un falso Dios que ama tanto al pecador que no se atrevería a darles pena de muerte por sus transgresiones. Como también hay otros más que son ateos, porque conocen por otros a un Dios cruel y tirano que se complace en ver a sus hijos siendo castigados. Entre ambas concepciones no hay cabida a un equilibrio justo acerca de Dios.
Existen un par de versículos que definen a la perfección quién es Dios, que es ‘fuerte, misericordioso y piadoso, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado’ (Éx 34:6,7)
➡️ Dios ha sido siempre fiel en castigar el crimen. Envió a sus profetas para amonestar a los culpables, denunciar sus pecados y pronunciar juicio contra ellos. … Necesitamos precisamente las lecciones que la Biblia nos da, porque juntamente con la revelación del pecado, está registrada la retribución que sigue. El pesar y la penitencia del culpable, el llanto del alma enferma de pecado, llegan del pasado hasta nosotros, diciéndonos que el hombre necesitaba entonces como ahora la gracia perdonadora de Dios. Las Escrituras nos enseñan que aunque él castiga el delito, se compadece del pecador arrepentido y lo perdona. 4TI 16.1
Alabamos que ‘Dios es amor’, que en todo momento demuestra su paciencia para con los hombres y sus debilidades, cubriéndonos con el manto de su misericordia. Cuando deja caer sobre los hombres el peso de su justicia y castigo no lo hace porque le agrada, sino porque han rebasado el límite de sus iniquidades y abusos sobre los demás. Aún bajo estas circunstancias derrama sus dádivas para que el transgresor tenga un encuentro vivo delante de su nombre para que se arrepienta de sus pecados y acepte a Jesús como su salvador.
Como ejemplo, tenemos registrada la historia de Belsasar, hijo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que en la altivez de su corazón profanó los ‘vasos de oro y plata que su padre había traído del templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas’.
➡️ Un Vigilante que no fue reconocido, pero cuya presencia era un poder de condenación, contempló esta escena de profanación. Pronto el Huésped invisible, que no había sido invitado, hizo que se sintiera su presencia. En el momento en que la sacrílega orgía estaba en su punto máximo, apareció una mano incruenta, y escribió palabras de juicio condenatorio sobre la pared del salón del banquete. Palabras ardientes procedieron de los movimientos de la mano: “MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN”, se escribió con letras de fuego. Fueron pocos los caracteres trazados por aquella mano en la pared frente al rey; pero mostraron la presencia del poder de Dios. (YI 19-5-1898).
El castigo que vino sobre Belsasar fue inmediato después que el muy amado Daniel le hubiere leído las palabras de condenación que fueron trazadas en la pared por los dedos del Vigilante desconocido, ‘la misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos’.
Lo que finalmente vamos a leer, escrito bajo la inspiración divina nos demuestra en toda la gloria de su esplendor la justicia retributiva de Dios, que en el castigo mismo ofrece su misericordia para arrepentimiento.
➡️ Se me ha mostrado lo que es el hombre sin conocimiento de la voluntad de Dios. Los crímenes y la iniquidad llenan su vida. Pero cuando el Espíritu de Dios le revela el significado pleno de la ley, ¡qué cambio se produce en su corazón! Como Belsasar, lee inteligentemente la escritura del Todopoderoso, y la convicción se apodera de su alma. Los truenos de la Palabra de Dios le sacan de su letargo, y pide misericordia en el nombre de Jesús. Y Dios escucha siempre con oído voluntario esa humilde plegaria. Nunca aparta al penitente sin consolarlo. 4TI 18.1
Dios es hoy tan poderoso para salvar del pecado como en los tiempos de los patriarcas, de David y de los profetas y apóstoles. La multitud de casos registrados en la historia sagrada, en los cuales Dios libró a su pueblo de sus iniquidades, debe hacer sentir al cristiano de esta época el anhelo de recibir instrucción divina y celo para perfeccionar un carácter que soportará la detenida inspección del juicio. 4TI 19.1