2. Que hay un Señor Jesucristo, el Hijo del Padre eterno, por quien todas las cosas fueron creadas y por quien todas subsisten, que tomó para sí la naturaleza de la semilla de Abrahán para la redención de nuestra raza caída; vivió entre los hombres, lleno de gracia y verdad, vivió nuestro ejemplo, murió nuestro sacrificio, fue levantado para nuestra justificación, ascendió a las alturas para ser nuestro único mediador en el santuario celestial, donde a través de los méritos de su sangre derramada, asegura el perdón de los pecados de todos los que continuamente vienen a él; y como parte final de su obra como sacerdote, antes de tomar su trono como rey, consumará la gran expiación por los pecados de todos ellos, y sus pecados serán entonces borrados (Hechos 3:19) y quitados del santuario, tal como se mostró en el servicio del sacerdocio levítico, que anticipa y prefigura el ministerio  de nuestro Señor en el cielo. Ver Levítico. 16; Hebreos 8:4, 5; 9:6, 7.

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